En este caso traemos la traducción de un cuento del escritor Mia Couto, Las ballenas de Quissico, debido a que sus derechos no están liberados, se muestran solo algunos fragmentos del mismo.

Las ballenas de Quissico

Trad. Ma. Emilia Vico

Estaba siempre sentado. No hacía más que eso. Así, muy sentado. Era como que el paso del tiempo no le molestaba. Lo dejaba (tranquilo). Era Bento Juan Mussavele.

Pero no daba lástima. La gente pasaba y lo veía, allá adentro…

Cuando le preguntaban, respondía siempre lo mismo:

  • ¡Estoy tomando fresco, nomá!

Debía estar muy fresco cuando tomó la decisión de levantarse un buen día.

  • Ya me voy.

Los amigos pensaron que iba a volver a sus pagos, que finalmente había decidido trabajar la tierra. Comenzaron las despedidas.

Algunos aventuraron contradecirlo:

  • Pero… ¿a dónde vas? En tus pagos no se puede vivir de tantos ladrones.

Pero él no escuchaba. Tenía una idea, era un secreto. Se lo confesó a su tío.

(…)

A continuación se seleccionaron otros fragmentos del mismo cuento, pero otra traductora:

Las ballenas de Quissico[1]

[1] NdeT: Quissico es una ciudad de Mozambique, capital del distrito de Zavala, sobre la costa.

Traducción Alicia Rosetti

(…)

La obstinación de las olas fue haciendo grietas en aquella muralla, esculpiendo altas  islas, parecían montañas que emergían del azul para  respirar. La ballena debía aparecer por ahí, mezclada con el  gris del cielo cuando muere el día.

Bajó por el barranco con la pequeña alforja en bandolera hasta llegar a las casas abandonadas de la playa. Antiguamente esas casas eran usadas por los turistas. Ni los portugueses iban a ahí. Sólo los sudafricanos. Ahora todo estaba desierto y sólo él, Bento Mussavele gobernaba aquel paisaje irreal. Se acomodó en una casa vieja instalándose entre muebles desvencijados y fantasmas recientes. Y allí quedó sin tener en cuenta el ir y venir de la vida. Cuando la marea se elevaba, sea cual fuera la hora, Bento bajaba donde rompían las olas y permanecía vigilando  la oscuridad. Chupando una vieja pipa apagada, murmuraba:

  • Va a venir. Sé que va a venir .

Por fin uno de los amigos inició la conversación:

  • Che Bento, allá en Maputo están diciendo que sos un reaccionario. Que estás aquí, como estás, solo por la cuestión de las armas no-armas.
  • ¿Armas?
  • Si – agregó otro visitante – Vos sabes que Sudáfrica está abasteciendo a los guerrilleros. Reciben las armas que vienen por mar. Por eso están hablando mucho de vos.

(…)

Cuando pasó la tormenta las aguas azules de la laguna se aquietaron  otra vez,  en aquella paz secular. Las arenas volvieron a su sitio. En una vieja casa abandonada  quedó la deshilachada ropa de Bento João Mussavele conservando todavía el calor de la última fiebre. Al lado había una alforja que contenía la ristra de un sueño. Hubo quien dijo que esa ropa y esa alforja eran la prueba de la presencia de un enemigo responsable de la recepción del armamento. Y que las armas eran transportadas en submarinos que, en los rumores que pasaban de boca en boca, habían sido convertidos en las ballenas de Quissico.

 

Las ballenas del Quissico de Mia Couto – Trad. Ma. Emilia Vico y Alicia Rosetti